FAMILIA OCCIDENTAL - MODELITO EJEMPLAR .. historia
La historia sin duda, ha estado escrita por hombres y por clases sociales predominantes económicamente, es así como se van formando grupos de personas que mantienen durante toda su vida una historia que contar, algo decir o un descontento que aclarar casi en el anonimato. Muchas veces no lo notamos, o más que eso, no se le da importancia dentro de un mundo globalizado en el cual existen cosas de mayor peso social, como el dinero, la productividad y la competencia entre pares.
Desde tiempos pretéritos a existido la necesidad de establecer un orden social que pueda mantener el normal funcionamiento de la economía; es importante entonces la construcción de una familia modelo, la cual implica que los integrantes de ésta cumplan roles que han sido estereotipados a lo largo de la historia.
Consideremos, a modo de ejemplo, el proceso de colonización en América Latina. A la llegada del europeo existían grupos aborígenes que contaban con una organización social diferente a la occidental que todos conocemos, pues las familias no estaban normalmente constituidas por una sola mujer, la poligamia era un tema común. El matrimonio no era la única institución valida para la procreación y los parámetros culturales no obedecían estrictamente a la iglesia católica apostólica romana. Para la organización familiar y económica indígena los roles de las mujeres y de los hombres eran claros, pero se realizaban normalmente de forma compartida y comunitaria. “La vida de los mapuches transcurría en el ámbito de la familia, donde hombres y mujeres se dividían las labores a realizar. La mujer se encargaba de la recolección de algunas especies, el tejido, la alfarería y el cuidado de la huerta familiar, en tanto el hombre se desempeñaba en las tareas agrícolas, la pesca, la caza y debía estar siempre listo para la guerra.”[1]; además, el trabajo no exigía una remuneración, recordemos que se esta en presencia de una comunidad y no de una sociedad. Al conquistador esta forma de organización se le presenta como un desorden, el europeo necesita mano de obra, necesita homogeneidad social y una estructura fija que entregue roles puntuales cada actor social.[2]
Es entonces el momento para comenzar a evangelizar, negando a las deidades de los indígenas y presentándoles una nueva forma de vida; la occidental. Esta quería borrar los rasgos que a ojos del europeo constituía salvajismo, rebeldía y desorden, la arquitectura europea como planificación ciudadana fue tomando forma “La implantación física de las ciudades constituyó un hecho decisivo para la ocupación del territorio americano por los conquistadores europeos”[3] y el trabajo debía ser la tarea elemental para obtener el sustento diario, y la familia debía estar constituida por un hombre proveedor, una mujer que se encargara de los hijos, todos ellos dispuestos a producir y a tener un buen comportamiento.
Comienza así a crearse un nuevo modelo, el cual ya existía en el continente europeo, en modelo que ahora es mundial, el de la familia. Madre, Padre e hijos. Trasladémonos entonces a siglos posteriores, la época colonial, pues este el tiempo en el cual el estereotipo de sociedad ya esta implantado como proponíamos recientemente, y comienza a mostrarse un grupo humano como pasivo, pues no se habla de ellas, son un actor silencioso, existe una diversidad, pero no es abordada ni tocada por nadie, la sociedad ya ha salido del denominado “salvajismo y ociosidad”[4] que mantenían los indígenas, hoy se necesita producir, trabajar y conservar una sociedad elitista que mucho tiene que conservar estética y moralmente.
Son ellas, las mujeres, quienes parecen ser sólo un grupo: “La mujer”, pero desde aquí hasta nuestros días observaremos las diferentes realidades vividas entre ellas, observaremos como la clase social, la nacionalidad y la edad, son los factores condicionantes para el desarrollo de la vida. Pasemos revista brevemente entonces a la realidad colonial femenina.
Consideremos que existía un grupo de mujeres peninsulares, cuya suerte era diferente con las mujeres indígenas o criollas, éstas llegaron como colonizadoras a América, pues debían estar presente para ser las esposas de los conquistadores establecidos en la antípoda, este número era muy grande y las ganas de ascender socialmente era su principal objetivo, pero no fue así para todas, algunas debieron desempeñarse como sirvientas y consideradas en algunos casos como “prostitutas encubiertas”[5] tachándolas de mal portadas. La mala suerte de muchas de estas mujeres que no lograron dinero y ascenso social las obligo a mandar cartas a la autoridad para recibir beneficios monetarios; las que no lo recibieron se establecieron en casas de acogida que la iglesia implanto. Pero fue el matrimonio lo que ellas buscaban, pues esta institución era la que validaba la vida colonial – “El matrimonio aseguro la colonización y la estabilidad que la corona española había tratado de imponer y establecer”[6] -. Las mujeres peninsulares o de sangre española pero nacidas en América, recibían educación; ésta constaba de algo de música, habilidades manuales y un poco de matemáticas y lengua. Así se les creaba una suerte de “utilidad” en la vida social, ayudaban por tanto en la administración de la casa a los hombres, quienes tenían a su cargo toda la responsabilidad monetaria (era “cosa de hombres”). Hubo también, mujeres que quisieron hacer algo más que casarse y ser madres, pues les surgió un interés por la literatura, la historia, entre otras cosas, pero estos intentos eran “rebeldes” para la época, los espacios culturales para ellas estaban cerrados bajo el argumento de que podían tener ideas malas que harían de ellas mujeres rebeldes y mal comportadas. Era el convento entonces una escapatoria, era uno de los pocos lugares, casi el único, en el cual podían desempeñarse como escritoras o dar paso a creaciones intelectuales, así la mayoría de las creaciones coloniales de mujeres son de monjas, “…Entréme religiosa, aunque conocía que tenía el estado de cosas muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, ha lo menos desproporcionada y lo más decente que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto cedieron y sujetaron la cérviz todas las impertinentillas de mi genio que eran de querer vivir sola de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la livertad de mi estudio ni rumos de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros…”[7].
Por otra parte, nos encontramos con las mujeres indígenas, las cuales entraron en el trabajo relacionado con los europeos como sirvientas o mineras, entrando a la vez en un sistema moral diferente al acostumbrado para sus comunidades indígenas. Para éstas, anteriormente no habían trabas sexuales si no eran casadas, pues ahora debían lidiar con una moral castigadora y con castigos de agresión física si no respondían a las normas de sexualidad occidental; para el hombre, lo mismo, ya no podía ser poligámico, pues era la familia fija la que debía sustentar la sociedad colonial.[8]
Hemos revisado hasta ahora cómo ha sido la participación de la mujer en la sociedad, pasando por el proceso de transculturación Latinoamericano y podemos sacar en limpio que la figura de la mujer ha tenido que lidiar y adaptarse a los estereotipos impuestos “desde fuera”, dejando de lado sus propios intereses, limitando sus capacidades a cambio de obtener una aceptación social.
Desde aquí el rol de la mujer es el rol de la madre, pues no es casual que tiempo después de la llegada de Diego Colón a América cuando Montecinos reclama a la corona por los abusos a los indígenas se creen políticas de cuidado con las mujeres, pues la mano de obra estaba decayendo y la mujer era instrumento para mejorar la actividad económica, pues “pariendo” la población aumentaría, se impuso entonces un prenatal desde los 4 meses de embarazo y un post natal hasta los 4 años de vida del hijo nacido.
Pasado el tiempo, llegamos a épocas más cercanas a la nuestra, los años 60’s y 70’s fueron símbolo de la belleza sobre sexuada de algunas mujeres, como Marylin Monroe, quienes cautivaron las pantallas del mundo por una belleza casi natural que inspiraba a la mujer no sólo como un ente reproductivo, sino como un objeto de placer y deseo sexual desenfrenado. Aun así, la tradición pesa, y los epistémes culturales no se borran por un modo o por la existencia de un icono del momento; la apreciación sobre la mujer como la pasiva de la sociedad sigue existiendo. Creo, por lo tanto, que se muestra una dicotomía, ya que en el ámbito publico se muestra por el sector masculino la necesidad de una mujer que sea capaz de mostrar y dejar aflorar su lado más sensual y sexual, una mujer “deseable” libre y no pacata; se admira a las mujeres que son capaces de expresar públicamente una opinión y que no son influenciables por el considerado “sexo fuerte”. Pero es cosa de mirar nuestras historias de vida, la publicidad o las interrelaciones diarias, la verdad es otra, es la mujer aún en nuestra contemporaneidad la que debe mantenerse socialmente al margen de asuntos que “no le competen”, la que debe mostrar una femineidad que a veces cae en la debilidad, y por sobre todo, debe tener en su agenda de vida la esperanza y la realización personal de ser madre.
Centrémonos en Chile, el cual fue el último país a nivel mundial en legalizar el divorcio, el cual aún no cuenta con penas efectivas para los casos de violencia intrafamiliar, pero el que tiende a jactarse de una economía mayorista; más bien se jacta de ser “el jaguar de América Latina”.
En nuestro país, las mujeres viven diferentes realidades, pues su condición socioeconómica tiende a mediar su participación y su conducta social, y dentro de éstas está inserta la actividad sexual. Todas, amigas, hermanas, madres, solteras, casadas, adultas, adolescentes, jóvenes, tenemos una realidad distinta, nuestros intereses y aspiraciones son distintos, y la raíz de esto está en nuestra educación. Desde pequeñas tendemos a la imitación, ¿Quién alguna vez no metió sus pequeños pies en los grandes tacones de mamá? pues no es en vano las apreciaciones de centenares de antropólogos que dedican sus paginas a la concepción de cultura como algo que heredamos a lo largo de nuestras vidas.
Desde diferentes ámbitos se ha tomado el tema de “la mujer”; las disciplinas en las ultima década han hecho un intento por no marginarla más, pero creemos en la necesidad de hacer un examen acerca de la sexualidad de las mujeres chilenas, abarcando las diferencias en las experiencias de vida, ya que si se hace una critica al sistema homegenizante que quiere meter a todos los sectores poblacionales a un mismo “saco” tendremos entonces que buscar la manera de recuperar la subjetividad. No debemos dejar de lado las diferentes vivencias, sentimientos, actitudes que cada mujer vive: nacemos, crecemos, y se nos entrega una educación; no está en nuestras manos elegirla, y cuando llegamos a la adolescencia y a la adultés nos damos cuenta de que lo que se nos dijo, o lo que se nos aconsejó en algún momento no era lo que viviríamos en realidad. ¿Está nuestra educación sexual de verdad relacionada con nuestras vivencias sexuales? Como conclusión de la presente investigación consideramos que no. Además de agregar que la multiplicidad de historias, de vivencias y de memorias constituyen la necesidad urgente de tomar responsabilidad acerca de la educación femenina. El sistema de enseñanza ha sido castigador con el género femenino, estableciendo parámetros de vida que son irreales.
[1] Extraído de pagina web: http://www.puc.cl/sw_educ/historia/conquista/parte1/html/h42.html
[2] Bethell, Leslie. Historia de América Latina. Tomo 1, Barcelona, Editorial Crítica, 1990
[3]Romero, José, Latinoamérica: las ciudades y las ideas , Capitulo 2 “El ciclo de las fundaciones” Editorial Siglo XXI, Buenos Aires 2001
[4] Barros Arana Diego, Historia general de Chile, Tomo 1, capitulo 4, editorial Universitaria, Santiago 2003
[5] Bethell Leslie, Historia de América Latina, Tomo 4 capitulo 4, Editorial Crítica, Barcelona 1990
[6] Ibid, pagina 112
[7] De
[8] Azúa, Ximena, Las practicas judiciales de la colonia siglos XVII-XVII, tesis de grado, U. de Chile, Santiago 1995
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